lunes, 11 de mayo de 2009

"vidente-tarotista"



Todos los días son iguales vienen cinco personas y después lo de siempre, me voy a mi casa con mi hijo Tomi, que tiene seis años y ya está en tercer grado. No tiene padre y es un chico muy capaz.
Hace siete años soy “vidente-tarotista”. Nunca había visto hasta ahora una predicción tan clara y completa como la de ayer, cuando vino Berta y me dijo:
-Tirame las cartas- dijo con esa voz tan peculiar de ella, tan aguda.
-Por supuesto – dije decidida.
Entonces puse las cartas de tarot sobre la mesa. La muerte (invertida, muerte, petrificación, estancamiento, desgracia…)
-“Carambolas” – me sobresaltó su voz.
Me di cuenta de que la desgracia estaba al asecho, enfrente de mí. Berta se aproximaba. Como si no la hubiera escuchado, tiré otra carta; el diablo (invertido, carta dañina, fatalidad, la patética condición humana que prefiere la ilusión a la verdad).
Tuve una visión, Berta y yo cuando éramos chiquitas, cuando yo me iba del jardín ella me rompía mi muñeca preferida, la torturaba.
Un escalofrío me recorrió todo el cuerpo y tuve otra visión: siempre sospeché que podría ser ella (me hacía sentir celosa cuando ella seducía a él), pero nunca pensé que fuera capaz. Por ella soy viuda.
Tiré otra carta inconscientemente; la sacerdotisa (reserva, decisión meditada). Comprendía que no podía matarla, pero tenía que hacerlo. Ella era un peligro para todos.
-¿Qué pasa? ¡¿Qué vio?! – me preguntó Berta, impaciente.
-Un trozo blanco en la página será para usted un intervalo, apenas un puente une mi letra de ayer con mi letra de hoy.- Antes de que diga la última palabra, sus ojos se dilataron, estaban casi fuera de sus órbitas.
Comprendí que ella se había dado cuenta de mis intenciones.
Tenía que hacerlo rápido y preciso, sin que nadie se diera cuenta. Todos los cabos sueltos se unieron a través de las cartas.

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